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Soledad Serrano

Un amor que nos acepta y transforma


Cuando conocí a Jesús una de las primeras cosas que aprendí fue que Él me ama tal cual soy, que no hay nada que haga o deje de hacer para que me ame más o menos.  Fui comprendiendo que una de las enseñanzas más profundas del evangelio es que Jesús nos invita a venir a Él tal como somos, sin condiciones ni máscaras. En un mundo donde constantemente nos sentimos presionados a cumplir expectativas y aparentar perfección, el llamado de Jesús es un bálsamo para el alma. Podemos presentarnos ante Él con nuestras cargas, heridas y defectos, sabiendo que Él nos recibe con amor.


Cómo discípulos de Cristo debemos tener claro que: Jesús nos conoce y aun así nos ama.

Cómo discípulos de Cristo debemos tener claro que: Jesús nos conoce y aun así nos ama. Jesús no nos pide que seamos perfectos antes de acercarnos a Él. En Mateo 11:28, dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar". Estas palabras muestran que Él sabe de nuestras luchas y limitaciones. Jesús no espera que solucionemos nuestros problemas o cambiemos nuestros errores antes de acudir a Él; al contrario, su amor se muestra más grande cuando, en medio de nuestras debilidades, decidimos ir a su encuentro. Dios conoce cada rincón de nuestro corazón. Conoce nuestras fallas, nuestros pecados, nuestras dudas y nuestros miedos. Y, aun así, nos llama.


Jesús en su infinito amor y misericordia acepta nuestras debilidades. A menudo, nos sentimos incapaces de acercarnos a Dios porque creemos que nuestras imperfecciones nos hacen indignos. Sin embargo, la Biblia nos muestra que Jesús siempre estuvo rodeado de personas con debilidades, de aquellos a quienes la sociedad rechazaba. Los pecadores, los enfermos, los marginados y los desvalidos encontraron en Jesús una compasión que los demás no les daban. Jesús nunca pidió perfección; pidió un corazón dispuesto.


Los pecadores, los enfermos, los marginados y los desvalidos encontraron en Jesús una compasión que los demás no les daban. Jesús nunca pidió perfección; pidió un corazón dispuesto.

En 2 Corintios 12:9 (Reina Valera 1960), el apóstol Pablo dice: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad.” No debemos tener miedo de nuestras debilidades ni verlas como un obstáculo para ir a Jesús. Al contrario, nuestras debilidades nos permiten experimentar su Poder y su Gracia de una forma más profunda.


Debemos ir a Jesús tal como somos, de esta manera vivimos una relación de fe auténtica. No necesitamos aparentar algo que no somos ni ocultar nuestras luchas. Cuando somos vulnerables delante de Dios, reconocemos nuestra dependencia de Él. Esa honestidad abre el camino a una relación más íntima y real con Cristo, donde no solo acudimos a Él en los buenos momentos, sino también en nuestras luchas y derrotas. Él puede manejar nuestras dudas, nuestros temores y nuestras caídas. Jesús espera que le presentemos cada parte de nosotros, porque en su amor perfecto encontramos refugio y consuelo.


Otra cosa que aprendí cuando llegué a Jesús es que la Gracia de Jesús es suficiente. El mensaje del evangelio es de Gracia y Redención. Ninguno de nosotros es digno de la Gracia de Dios, pero todos somos invitados a recibirla. La cruz de Cristo nos recuerda que, aunque somos imperfectos, su Amor es tan grande que dio su vida por nosotros.


La cruz de Cristo nos recuerda que, aunque somos imperfectos, su Amor es tan grande que dio su vida por nosotros.

Acerquémonos a Jesús sin miedo, sin vergüenza, tal como somos, confiando en que su Gracia nos abraza, nos perdona y nos renueva cada día. No importa lo que hayas hecho o cuántas veces hayas caído; su amor es más fuerte que tus fallas y su Gracia es suficiente para transformar cualquier vida.


Cómo discípulos caminemos por la vida mostrando y enseñando a los que no conocen a Jesús que pueden ir a Cristo tal cual son, démosles la oportunidad de conocer que sólo Jesús los ama y los acepta con sus errores y virtudes, que sólo Él puede sanar sus heridas y renovar todo lo que hay en ellos,  porque en Él, siempre encontramos un amor que lo acepta y lo transforma todo. ¿Te animas?


El Señor te Bendiga.

 

 

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