top of page
Claudia Aranda

Tu llamado: tu tesoro



El día de mi bautismo fue el punto cúlmine de mi viaje de fe, donde públicamente declaré mi compromiso con Cristo y mi deseo de seguirlo todos los días de mi vida. Fue un momento de celebración y gran gozo, en que testifiqué del poder redentor de Jesús ante mi familia, y mis hermanos en la fe.


¿Recuerdas cuando presenciaste el momento en que un ser querido, a quien habías compartido el mensaje de Jesús, emergió de las aguas tras decidir recibir el bautismo? ¿Recuerdas su expresión de felicidad? ¿Y aquel abrazo que le brindaste, que te llenó de una alegría indescriptible?


Seguramente atesoras ese momento en un lugar muy especial de tu mente y de tu corazón. Ese instante, esos minutos trascendentales en la vida de una persona que ha decido hacer pública su fe en Cristo y entregarse a su obra transformadora, son el fiel reflejo de tu llamado y del mandato entregado por Jesucristo mismo a sus discípulos antes de ascender al cielo. Ese mandato es mucho más que una simple tarea; es un tesoro para los creyentes y una valiosa responsabilidad que involucra a todos los seguidores de Cristo.


Ese mandato es mucho más que una simple tarea; es un tesoro para los creyentes y una valiosa responsabilidad que involucra a todos los seguidores de Cristo.

Mateo 28:18-20 establece claramente la misión: “Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Reina Valera, 1960). Este pasaje no solo es un llamado a la evangelización, que es crucial, sino también a la formación de discípulos comprometidos. Nos recuerda, además, que La Gran Comisión no recae únicamente en pastores, misioneros o líderes; es un compromiso que cada creyente debe asumir y una confirmación de nuestro papel fundamental en la expansión del Reino de Dios.


La Gran Comisión no recae únicamente en pastores, misioneros o líderes; es un compromiso que cada creyente debe asumir y una confirmación de nuestro papel fundamental en la expansión del Reino de Dios.

Cada uno de nosotros está llamado a ser testigo de Cristo en todas las áreas de nuestra vida (Hechos 1:8). Debemos demostrar el amor y el carácter de Cristo a través de nuestras acciones. Jesús nos pide a ser la luz del mundo y la sal de la tierra (Mateo 5:13-16), lo que significa que debemos ser ejemplos vivientes de su amor, compasión y justicia en un mundo necesitado.

El discipulado es un componente esencial de este amor que nos permite hacer de los nuevos convertidos, discípulos comprometidos con una continua formación espiritual. Pues, el discipulado no termina con la conversión; de hecho, apenas comienza.


Es vital acompañar al nuevo creyente en su viaje de fe, guiándolo, enseñándole y animándolo a crecer en su relación con Dios. La palabra dice en Proverbios 27:17, "El hierro con hierro se aguza; y así el hombre aguza el rostro de su amigo" (RVR, 1960). En el discipulado, tanto el discipulador como el discípulo se fortalecen mutuamente en su caminar con Cristo. Sin embargo, este proceso tampoco termina con el bautismo. Caminar con Cristo es un viaje constante de conexión profunda con Él, con su palabra y su obra.


Es vital acompañar al nuevo creyente en su viaje de fe, guiándolo, enseñándole y animándolo a crecer en su relación con Dios

El discipulador tiene la importante responsabilidad de guiar al discípulo, animándole y desafiándole a crecer en su fe, ciertamente, pero, es crucial que el discipulador reconozca cuándo es el momento de soltar al discípulo. Esto no significa abandonarlo, sino permitirle experimentar autonomía espiritual y el vivir en dependencia total de Dios. Como Pablo dijo a Timoteo, "Lo que has oído de mí ante muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros" (2Timoteo 2:2: RVR1960).


Entonces, seamos fieles e idóneos enseñando a otros de la manera en que Jesús lo hizo:


  1. Háblales de Cristo, y hazlo con tal pasión y denuedo, que las personas que te oigan comprendan el significado real de la buena noticia de su amor redentor, de su mensaje transformador, e instales a tomar una decisión de fe.

  2. Acompaña a los nuevos conversos por un tiempo. El acompañamiento espiritual es fundamental al iniciar el camino. Es el momento en que el nuevo creyente necesita más apoyo, orientación y enseñanza para fortalecer su relación con Dios y crecer en la fe.

  3. Suéltalos, para que experimenten autonomía espiritual y dependencia de Cristo. Esto implica dejar el control humano y permitir que sea el Espíritu Santo quién guíe y dirija sus vidas.

Tal como nos enseñó Jesús, proclama el bautismo como una expresión de nuestra fe, practica el discipulado con diligencia y amor, y suelta a tus discípulos para que crezcan de la mano de Jesucristo.


En todo esto, confiamos en la promesa de Jesús, que es nuestra garantía: "…Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28:20, RVR1960).

 





Comments


bottom of page